Basado en el libro Travelling to Infinity: My kife with Stephen, de Jane Hawking
Música: Jóhan Jóhannsson
Fotografía: Benoît Delhomme
Reparto
Eddie Redmayne
Felicity Jones
Charlie Cox
Emily Watson
Simon McBurney
David Thewlis
Siguiendo con el listado de películas candidatas a arrasar en los premios Óscar este año, aquí tenemos otra cinta muy del gusto de los académicos, con bastantes puntos en común con mi anterior reseña y, sobre todo y tal como dije en la misma, con la película que se llevó unas cuantas estatuillas en 2001 dirigida por Ron Howard, “Una mente maravillosa”. En este caso en vez de matemático tenemos a físico, y en vez de esquizofrenia tenemos una enfermedad degenerativa del sistema locomotor del cuerpo como obstáculo a superar a modo de ejemplo vital. Y en vez de un ganador del premio Nobel, tenemos a un caballero del Imperio Británico.
En 1963 el joven Stephen J. Hawkings es un prometedor estudiante de Físicas que busca tema para realizar su tesis en Cosmología y doctorarse en la Universidad de Cambridge. En una fiesta del campus conoce a la joven Jane, estudiante de Filología y bastante atractiva. A pesar de que ella es creyente y él ateo y de que el joven Hawkings tiene el perfil de típico empollón, su sentido del humor pronto la cautiva. Mientras su tutor le apremia para que busque tema para su tesis, los primeros síntomas de una grave enfermedad degenerativa aparecerán para mermar su capacidad motora. Los médicos le darán dos años de vida, y en ese tiempo Jane le declarará su amor incondicional, se casarán y tendrán hijos, mientras consigue doctorarse con una teoría sobre los agujeros negros y el desarrollo espacio-temporal. Poco a poco necesitará bastones, una silla de ruedas e incluso un ordenador para hablar, y los dos años de vida iniciales se convertirán en décadas, mientras desafía a la ciencia tanto como para superar una enfermedad incurable, como para desarrollar nuevas teorías que supongan el mayor avance en Física desde que Albert Einstein formulara medio siglo antes la teoría de la relatividad.
Muchas veces la coincidencia hace que películas similares en temática o estilo coincidan en cartelera durante algún tiempo. En el caso que nos ocupa, además dichas películas son competidoras en la recta final de los premios Óscar. En efecto, con “La teoría del todo” y con “The Imitation Game” ya tenemos nuestra dosis para este año de películas de época británicas, sobre la vida de dos genios incomprendidos en un principio, y con un mensaje claro de superación personal ante las adversidades. Sin embargo, como ya he comentado más arriba, la presente cinta recuerda en unos cuantos matices a la impecable “Una mente maravillosa”, la cual sale más triunfadora en las comparaciones. Lo cierto es que tiene más trasfondo dramático la cinta de Ron Howard donde cada escena, cada dificultad en la superación de la enfermedad, o cada formulación de nuevas teorías, tenía más dosis de épica que este biopic de Hawkings que parece se limite a ser una sucesión costumbrista de pasos en la degeneración de su enfermedad. Eso parece motivado sobre todo por el punto de vista de la narración, donde Felicity Jones se convierte en la verdadera protagonista de la función. La película está basada en el libro que escribió la exmujer de Hawkings, y eso se nota en la manera en que todo orbita en torno a ella. Actriz desmesuradamente guapa (demasiado si queremos que sea creíble su relación con el típico nerd al que da vida Eddie Redmayne), la cinta no es tanto una película sobre un genio en silla de ruedas, sino más bien una crónica sobre el amor y el desamor; y cómo el paso del tiempo aboca al fracaso cualquier relación. El juego metáforico acerca de la continuidad del espacio-tiempo está servido, y a ello contribuyen algunos planos especiales que juega con los guiños del espectador. Un baño de agua caliente, con el vapor fluyendo por la habitación, será el universo con todas las constelaciones en continua expansión. La pareja protagonista, girando mientras se agarran de las manos, serán las manecillas del reloj que muestran el paso inexorable del tiempo.
Es, indudablemente, una película de interpretaciones, y Felicity Jones (auténtico centro de la película) está que se sale; ello sin desmerecer a Redmayne, que se esfuerza sobremanera en todos los gestos y muecas que caracterizan al sabio de Cambridge. Son de esas interpretaciones que han nacido para el Óscar, veremos si Benedict Cumberbatch le da tregua y quien de los dos se lleva el gato al agua. Más difícil está el tema del premio a la mejor película, donde ahí “La teoría del todo” no supera el notable bajo y se queda a las puertas de las grandes películas. Recomendable, sí, pero algo previsible y falta de épica.
Calificación: Buena
Lo Mejor: Las interpretaciones de los protagonistas
Lo Peor: No llega al nivel de otros biopics geniales.
La vería de nuevo: No creo.
La Recomiendo: Sólo para amantes de las historias de superación personal.
La acción se remonta a Francia, 1815. El preso Jean Valjean acaba por fin su cautiverio de diecinueve años condenado a galeras y es puesto en libertad condicional. El guardia que ha estado encargado de vigilarle, Javert, le informa de que va a seguir estando detrás de él y va a tener que mostrar donde quiera que vaya los papeles que demuestran que sigue siendo un convicto. Tras intentar buscar trabajo sin éxito por esta razón, acaba siendo acogido de manera fraternal por el obispo de Digne, a quien le roba para acto seguido darse a la fuga. No tarda en ser capturado con todo el botín y llevado frente al obispo quien, para sorpresa suya, decide encubrirle y no delatarle. El obispo le dice que realmente Dios puede tener un plan preparado para él, con lo que le deja libre y le regala, además, un par de candelabros de plata que estarán presentes el resto de la vida de Valjean, recordándole este noble gesto de manera perpetua. En este momento, Valjean decide romper los papeles de su libertad condicional y escapar, para dejar de rendir cuentas a Javert y vivir con una personalidad falsa el resto de su vida.
Los años pasan, para encontrarnos con una fábrica de costureras y el personaje de Fantine, a quien el capataz despide simplemente por descubrir que tiene una hija ilegítima y deducir que es una mujer de moral dudosa. Da la casualidad que el dueño último de la fábrica es Valjean, que ha conseguido redimirse para acabar siendo un ciudadano respetable, gracias a haber ocultado su verdadera identidad. Tras enterarse de que Fantine ha sido obligada a prostituirse, y estar ésta enferma gravemente y al borde de la muerte, decide ocuparse de su hija, Cosette, adoptándola como si de su propia hija se tratara. Cosette está al cargo del mesonero sin escrúpulos Thénardier y su mujer, quienes a pesar del dinero que les paga su madre por cuidarla, la tienen obligada a barrer la posada y a realizar demás tareas denigrantes. Valjean le compra su libertad y la salva de la garras de los malvados hostaleros.
Mientras tanto, los caminos de Javert y Valjean se entrecruzan sin conocer la verdadera identidad de este último, pero por desgracia el primero no tarda en sospechar del segundo. La tenacidad del otrora guardián por atrapar al preso fugado es legendaria, pero la justicia acaba atrapando a otro reo fugado creyendo que es Valjean, para pasar a juzgarle en su lugar. El dilema moral de nuestro protagonista es inmenso, pero al final decide confesar para salvar al recluso inocente, lo que supone automáticamente la vuelta a la clandestinidad y a esconderse entre las sombras de nuevo. Ahora además, con su recién adoptada hija a cuestas.
Continúan pasando los años, Cosette se convierte en una atractiva jovencita. Estamos ahora en el París de 1832, con la revolución burguesa en ciernes. El joven revolucionario Marius prepara junto a sus compañeros de barricadas un levantamiento popular cuando se cruza por un momento con Cosette, siendo el flechazo entre ellos instantáneo. Marius le pide a Eponine, -enamorada en secreto de él, y que es la joven hija de los mesoneros Thénadier y criada entonces junto a Cosette- que les presente y que interceda con ella. Los acontecimientos a partir de ahora se irán precipitando, dado que Javert acecha y Valjean volverá a verse en peligro. Él y su hija deberán huir una vez más sólo que ahora Cosette ha encontrado el amor en Marius. Valjean se da cuenta y en un acto desinteresado, la noche previa a la revuelta se une a los revolucionarios para evitar que el amor verdadero de su hija sea acribillado por el ejército parisino. Es en este marco histórico y con Javert siempre pisándole los talones, donde se alcanzará el clímax final de esta historia de amor, honor, destino y redención.
Cuando se intenta llevar grandes obras escritas al cine pasan cosas como ésta. Una joya literaria universal imperecedera, germen a su vez de una de las más aplaudidas adaptaciones al género del musical broadwaiano desde hace más de treinta años, merecía una película a la altura. Tirando de presupuesto y un gran reparto, que hiciera olvidar antiguas adaptaciones fallidas o poco notorias -en wikipedia he contado más de diez-. Por lo menos son recordables la adaptación que se hizo en 1998 con Liam Neeson, Geoffrey Rush y Uma Thurman. O la miniserie de 2000 con Gérard Depardieu y John Malkovich.
Sin embargo, la versión que tenemos entre manos se lo juega todo -o por lo menos aparentemente- a una carta. Muy arriesgado a priori lo de hacer un musical de arriba a abajo con diálogos ocasionales, una especie de ópera filmada. Digo lo de aparentemente porque al final no parecía tan temerario hacer una adaptación directa del musical que ha triunfado en Paris, Londres y Broadway.
Y a pesar de todo el esfuerzo por hacer una de las versiones más dignas de la obra cumbre del siglo XIX francés y de algunos aciertos puntuales, como película acaba siendo tediosa y de un ritmo lento y dispar. A la cinta le sobra metraje y números musicales. La trama avanza de manera desigual; los acontecimientos en ocasiones se suceden vertiginosamente, para a continuación detenerse en seco y mostrarnos un número musical introspectivo de quince minutos que nos muestra los sentimientos del personaje de turno. Esto mata todas las posibilidades épicas del planteamiento, que podría haber contado la historia de los personajes de manera implícita a través de sus actos en el marco histórico en el que se desenvuelve, pero que al final se centra en números musicales accesorios dejándonos con la sensación de que al final están algo desdibujados, de que les faltan escenas adicionales. Algo por otro lado imposible de hacer porque hubiera alargado el metraje hasta límites insoportables.
Es decir, todo un contrasentido que solo tiene significado si nos vamos a la obra literaria o al musical original. Es aquí donde entra en juego la teoría que siempre comento sobre las desafortunadas adaptaciones de libros-películas: lo que cabe en 700 páginas, no tiene porqué caber en dos horas de metraje, ni tiene porqué ser igual de bueno. Una novela está hecha para ser leída en varios días o semanas. Hay tiempo de sobra para desarrollar descripciones, la personalidad de los personajes, realizar ensayos y disquisiciones de cualquier ámbito moral… En una película hay que recortar de donde se pueda, el metraje es lo que es, y punto. Tienes que meter en aproximadamente dos horas un planteamiento, nudo y desenlace. Todo lo que quieras decir de los personajes tiene que estar sugerido, más que narrado (o cantado, dado el caso que nos ocupa). Y además, el planteamiento tiene que atraer, y hasta que llegue el nudo no puedes irte mucho por las ramas o se corre el riesgo de perder al espectador. Por supuesto que hay excepciones de grandes películas de gran metraje estilo Lawrence de Arabia, pero realizar esas obras no están al alcance de cualquiera y, mucho me temo que Tom Hooper no es David Lean, por mucho que haya hecho El discurso del Rey. Y de la adaptación de la obra desde un musical, pasa tres cuartos de lo mismo, con la salvedad además de que en este caso tienes quince minutos de descanso entre acto y acto.
No todo va a ser malo. De los personajes sobresalen Hugh Jackman y Russell Crowe. Están inmensos, y realizan unas interpretaciones soberbias, sobre todo en el plano musical. Precisamente son los personajes más desarrollados y toda la trama gira alrededor de ellos, con lo que entendemos bien sus motivaciones, aunque algunas veces resulte inverosímil la fijación de Javert con Valjean. Anne Hathaway también está perfecta en lo poco de metraje que sale, aunque tendente a la sobreactuación. Al resto les pasa lo que he comentado antes, que les falta minutos en escena sin cantar. Por ejemplo, parece que a Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter nadie les dijo que ya no estaban en Sweeney Todd, por mucho que se esfuercen en darle el toque cómico a sus apariciones.
Otro punto fuerte de la película es el espectacular diseño de producción y la ambientación. Desde las galeras del inicio, al Paris revolucionario del siglo XIX, todos los decorados de la cinta contribuyen a darle el toque épico a la trama que los números musicales se empeñan en quitar.
Como conclusión final, la verdad es que Los Miserables deja un regusto contradictorio. Por un lado es una gran trama épica que trasciende lo argumental y habla de las grandes miserias y virtudes del hombre. El honor, el destino y la redención tanto divina como humana de nuestros actos. El problema es que precisamente, esto no es mérito de la película sino de la obra en la que se basa. Técnicamente está muy bien realizada, y hay que reconocer el mérito de las interpretaciones siempre que un actor se arriesga a poner su voz al servicio de la música. Sin embargo, para mí pesa más el tedioso ritmo de la trama y eso es un pecado que en una película no puedo perdonar, a pesar de que -dejando a parte mis prejuicios preconcebidos de algunos realizadores- suelo ser bastante condescendiente con la mayoría de películas que suelo ver, siempre que me hagan estar enganchado a la butaca sin mirar el reloj la mayor parte del metraje. Es por ello que para mí esta cinta no llega al aprobado, lo que no quita que se la pueda recomendar a más gente dado que considero que la experiencia fílmica de cada uno pueda ser distinta. Avisados estáis.
Calificación: Entre pasable y mala.
Lo Mejor: Las interpretaciones del Jackman, Crowe y Hathaway. La ambientación.
Lo Peor: Excesivo metraje. No está a la altura a nivel de ritmo narrativo.
La vería de nuevo: No
La Recomiendo: Sí; como ya he dicho, creo que a mucha gente no le importe las dos horas y pico, y que sepan valorar mejor que yo los números musicales.